Culturas epistémicas

Fotomontaje realizado por Nikola Tesla de su laboratorio en Colorado Springs (EE UU) en la década de 1890.

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Documentación abierta para una docencia abierta.

Culturas epistémicas y la antropología de la ciencia

La construcción de los hechos científicos

La ciencia se ha convertido en los últimos tres siglos en la institución garante del conocimiento sólido y fundado de la Modernidad, una actividad que monopoliza la representación veraz de la naturaleza, o dicho de otra manera, la actividad que define la producción de conocimiento objetivo por antonomasia. Cuando hay un problema grave o nos enfrentamos a una situación compleja recurrimos, en la mayor parte de las ocasiones, a la ciencia. Lo hacemos nosotros en nuestra vida cotidiana de la misma manera que lo hacen los gobernantes responsables de la vida colectiva.

A lo largo del curso hemos visto cómo distintos autores utilizaban la ciencia como término para comparar las formas de conocimiento de los otros. Mientras otros pueblos eran caracterizados a través de la magia y las creencias irracionales, esos mismos autores utilizaban la ciencia y la racionalidad como institución paradigmática del conocimiento europeo, así lo hacen Edward E. Evans-Pritchard, Lucien Lévy-Bruhl, Robin Horton y muchos otros. Podríamos caracterizar la relación de la antropología con la ciencia a través de dos trazos gruesos: de un lado, la ciencia fue durante casi todo el siglo XX una institución al margen de la antropología, más interesada por otros pueblos y sociedades que sobre la suya propia, a ese desinterés se sumaba la idea de que la ciencia estaba al margen de la sociedad y, por lo tanto, no podía ser analizada socialmente; de otro lado, la ciencia fue para los antropólogos el paradigma de la racionalidad de la Modernidad y la fuente del conocimiento objetivo, el referente con el que comparaban las formas de pensamiento de otros pueblos.

Singularmente las referencias que muchos de esos autores hacen a la ciencia están en realidad basadas en concepciones populares o conceptualizaciones provenientes de la filosofía o la misma ciencia, están fundadas en una concepción ampliamente extendida pero en ningún caso las imágenes y descripciones que se manejan son resultado de trabajos empíricos, un aspecto que cuando menos debería resultarnos llamativo. A partir de la década de los ochenta se desarrollarán una serie de estudios sociales, principalmente etnografías, que hacen de la actividad científica el objeto de su investigación. La imagen que nos ofrecen de la ciencia es muy distinta de la que se había tenido hasta entonces. Esos trabajos no son solo investigaciones sobre laboratorios sino que nos proporcionan descripciones etnográficas de las formas de razonamiento de la humanidad (particularmente las que ocurren en el laboratorio) y nos ofrecen indicios de cómo podemos entender eso que llamamos objetividad. En esta sesión hacemos una introducción a la antropología de la ciencia y los estudios de laboratorio. Comenzamos con una introducción de los primeros estudios de antropología de la ciencia, continuamos con un tipo de etnografías muy singulares: las realizadas en laboratorios, en las siguientes dos secciones discutimos dos contribuciones centrales que aprendemos de estos trabajo: la primera es que la ciencia no es una institución homogénea que se encuentra al margen de la sociedad, al contrario, podemos pensar en la ciencia como una cultural (y reconocer las distintas culturas de la ciencia), la segunda contribución señala la relevancia que tiene las infraestructuras técnicas en la producción de conocimiento científico. La sesión se cierra con una propuesta crucial: los hechos naturales no se descubren en el laboratorio sino que se construyen, veremos qué significa eso exactamente.

Índice

  1. La antropología de la ciencia
  2. Los estudios de laboratorio
  3. Culturas de la ciencia
  4. La maquinaria epistémica
  5. La construcción de hechos científicos
    EXTRA. Historia del experimento

1. La antropología de la ciencia

El estudio de la actividad científica a partir de la década de los ochenta coincide con lo que se ha designado como el periodo de repatriación de la antropología (como lo describen George Marcus y Michael J. Fischer), o dicho de otra manera, un periodo por en el cual antropólogos y antropólogas comienzan a hacer estudios de sus propias sociedades. Frente a la orientación tradicional que llevó a la antropología a estudiar únicamente a otros pueblos (los que hemos visto que fueron descritos como primitivos durante mucho tiempo) y a interesarse por comunidades rurales, colectivos marginados y vulnerables, la antropología ampliará el tipo de contextos y colectivos que estudia: altas instituciones del Estado, contextos urbanos, procesos globalizados, consumo de medios, laboratorios… Se produce por lo tanto un desplazamiento geográfico pero también un desplazamiento epistémico. Esto supone una respuesta a la llamada que una década antes (en los 70) Laura Nader había hecho al requerir que la antropología se abriera a “studying up”, es decir, al estudio de las élites porque analizar como estas operan resulta necesario para comprender el mundo en que vivimos.

Ese interés de la antropología por el estudio de la actividad científica se suma a una serie de etnografías en laboratorios realizadas por científicos y científicas sociales procedentes de distintas disciplinas y que desembocarán en la constitución de lo que se ha conocido después como Estudios de Ciencia y Tecnología o Science and Technology Studies (STS en inglés). Cuatro ejemplos paradigmáticos de esos estudios de laboratorio (como se los conoce) serán la obra de Bruno Latour y Steve Woolgar (1979) ‘Laboratory Life, the social construction of scientific facts’, la etnografía de la socióloga Karin Knorr Cetina (1981) ‘The Manufacture of Knowledge: an Essay on the Constructivist and Contextual Nature of Science’, la de la antropóloga Sharon Traweek (1988) ‘Bean Times and Life Times: the World of Particle Physics’ y el trabajo del etnometodólogo Michael Lynch (1985) ‘Art and artifact in laboratory science: a study of shop work and shoptalk in a research laboratory’. En esta sesión nos referiremos con detalle al trabajo de Karin Knorr Cetina y a la obra de Bruno Latour y Steve Woolgar y mencionaremos también el de Sharon Traweek [1]. Si durante siglos, la visión tradicional describió la ciencia como una actividad caracterizada por un método de razonamiento singular y una institución que operaba sin interferencias de la sociedad en su producción de conocimiento, estos estudios antropológicos desarrollados desde la década de los ochenta nos muestran algo diferente: que la ciencia puede estudiarse como una cultura más (y que hay múltiples culturas dentro de la ciencia).

La sociología de la ciencia de Robert K. Merton

Si bien la actividad científica no había sido objeto de la investigación sociológica, la ciencia sí había sido objeto de estudio de la sociología, la historia y, desde luego, la filosofía (seguidamente aclararé esta diferencia). La filosofía y la historia se habían interesado por el estudio de las ideas o la evolución de las teorías científicas. La historia de la ciencia había sido mostrada como un progresivo proceso de desarrollo y perfeccionamiento en el que unas teorías iban sustituyendo a otras, cada una de ellas más precisa y sofisticada que la anterior. La sociología, por su parte, se había aproximado al estudio de la organización institucional de la ciencia. Serán especialmente relevantes los estudios que Robert K. Merton realiza desde la década de los cincuenta. Merton ofrecerá una descripción de la organización institucional de la ciencia que coincide con la imagen pública que aún tenemos donde la ciencia se presenta como  una empresa colectiva, desinteresada, con aspiraciones universalistas y fundada en un escepticismo organizado. Los trabajos de Merton, como muchos otros, se centran en la organización social de la institución científica, los valores compartidos, los sistemas de reputación…

Si bien la dimensión institucional de la ciencia se estudia sociológicamente se asumirá que hay un ámbito donde las ciencias sociales no pueden entrar: la misma actividad de producción del conocimiento científico. Mientras que las controversias científicas son estudiadas y se asume que es posible analizar lo que se llama el contexto de justificación, las ciencias sociales consideran que no es posible estudiar sociológicamente el contexto de descubrimiento, el lugar mismo donde se descubren los hechos científicos porque, se asume, estos no están influidos por aspectos sociales: un hecho natural descubierto por la ciencia es el mismo en cualquier lugar del mundo, cualquiera que sea el científico que lo descubre, independientemente de su ideología, sexo/género, origen, etc. Esa manera de entender el conocimiento científica se sintetiza e una expresión: la idea de que el conocimiento científico es un conocimiento producido por una perspectiva desde ninguna parte. Esa concepción de la actividad científica como una práctica neutral, objetiva y universal hace que esta no pueda ser estudiada por las ciencias sociales. Pero, ¿de verdad es esa una descripción adecuada de la actividad científica? Las etnografías de laboratorio nos descubrirán algo muy distinto cuando se plantean investigar empíricamente la siguiente pregunta: ¿cómo produce su conocimiento la ciencia?

2. Los estudios de laboratorio

Los estudios de laboratorio tirarán por tierra toda una serie de concepciones tradicionales (muchas las seguimos manteniendo) sobre la ciencia, tanto sobre su funcionamiento como sobre las propiedades del conocimiento que produce. Estos trabajos etnográficos nos revelarán que la ciencia es tan social como la religión o la política, aunque no de la misma manera. Hay tres características que la Modernidad ha atribuido a la ciencia y que los estudios de laboratorio refutan empíricamente, estas son:

La noción de autonomía, por la cual se considera que el conocimiento de la ciencia no es afectado por la sociedad. Sobre eso se funda la idea de que estamos ante un dominio de conocimiento que es neutral con respecto a los valores y que no depende de quién es el sujeto de conocimiento. Como desarrollo más adelante, veremos que la práctica científica opera en íntima relación con la sociedad culturizando los objetos naturales.

La idea de la unidad de la ciencia según la cual la ciencia es una. Sabemos que hay diversas disciplinas ocupadas con distintos ámbitos de la naturaleza, pero se ha mantenido la idea de que todas ellas comparten algo: un método que es racional y produce conocimiento objetivo. Los estudios de laboratorio, como el de Karin Knorr Cetina y Sharon Traweek, demostrarán que no es solo que la ciencia sea una cultura sino que hay diversas culturas en la ciencia que evidencian que esta no puede tratarse como una institución homogénea y única.

La ciencia se ha convertido en el paradigma y la fuente de la objetividad de nuestro mundo, asumimos que la verdad última del mundo se encuentra en la ciencia. Una objetividad que se predica como un acceso no mediado a la naturaleza: el conocimiento de la ciencia no depende de quién conoce, de las características del sujeto ni del lugar o contexto socio-histórico desde el cual conoce. Veremos que esto no es así.

Hasta la década de los ochenta el análisis de la ciencia se había centrado en estudiar la historia de las ideas, analizar la estructura interna de las teorías científicas, o los aspectos institucionales de la ciencia. Era lo que se ha descrito como una visión externalista de la ciencia, donde las actividades a través de las cuales se produce el conocimiento científico no se analizaban. Frente a eso, en los estudios de laboratorio hay un interés por el hacer situado: dónde, cómo y de qué manera se produce el conocimiento. Si lo trasladamos a un ámbito muy diferente como es el estudio de la magia es como si hubiéramos  pretendido estudiar la magia mediante las teorías que existen sobre ellas en lugar de hacerlo a través de las etnografía de las actividades mágicas. Así lo plantean por ejemplo Bruno Latour y Steve Woolgar (1979) en su monografía etnográfica ‘Vida de laboratorio. La construcción de los hechos científicos’, una de las etnografías más relevantes de los estudios de laboratorio, sus autores se han convertido a lo largo de las últimas décadas en dos referentes en el ámbito de los Science and Technology Studies (STS, Estudios de ciencia y tecnología). Así lo expresan los autores:

Mientras que ahora disponemos de un conocimiento sumamente detallado de los mitos y los rituales de tribus exóticas, permanecemos relativamente ignorantes sobre otra tribu, tan cercana a nosotros, la de los científicos, cuyo trabajo, por lo general, se anuncia con bombos y platillos en relación con las importantes consecuencias que ello tiene sobre nuestra civilización.

Los estudios de laboratorio van a romper con los análisis internalistas y la tradición previa planteando algo radical para la época (que sigue manteniendo aún su radicalidad): el estudio etnográfico de la misma actividad científica. Esto significaba observar prácticas ordinarias de los científicos en el laboratorio, atendiendo a la cotidianidad de su actividad, prestando atención a los instrumentos utilizados, observando sus prácticas de inscripción, el uso de la escritura, la transmisión del conocimiento táctico, las conversaciones cotidianas, la organización social y espacial del laboratorio… Bruno Latour y Steve Woolgar lo plantean de manera clara en ‘Vida de laboratorio’:

El centro de nuestro estudio es el trabajo rutinario que se desarrolla en un laboratorio concreto. La mayor parte del material que orienta nuestra discusión se recogió in situ observando la actividad de los científicos en un escenario. Sostenemos que muchos aspectos de la ciencia descritos por los sociólogos tienen que ver con las minucias de la actividad científica que ocurren rutinariamente. (19)

Un aspecto central de las etnografías de laboratorio es que su contribución no reside en aportarnos descripciones y análisis de esa unidad laboral que se ha convertido en paradigma del trabajo científico: el laboratorio. Los laboratorios son uno de los sitios paradigmáticos donde se practica la ciencia, así que investigarlos abre una oportunidad para comprender cómo la ciencia produce su conocimiento y, por extensión, en qué consiste eso que los humanos llamamos razonar: “Hence the ethnographic study of the laboratory is an occasion for investigating scientific practices for what this can tell us about practical reasoning in general” (Woolgar, X). Como decía Clifford Geertz, los antropólogos estudian en aldeas, pero no estudian aldeas sino que estudian los sistemas de parentesco, las formas de la economía, la estructura social, la organización política… una cosa es el sitio empírico y otra el objeto teórico. Así que los estudios de laboratorio no nos ofrecen simplemente descripciones de esos centros laborales sino que nos hablan de las formas de razonamiento de la humanidad. Pablo Kreimer (2005) lo expresa también de manera muy clara en el prólogo al libro de Karin Knorr Cetina ‘La fabricación del conocimiento científico’ cuando dice en relación a esa obra:

desde las entrañas de los laboratorios de investigación científica, nos interpela acerca de un conjunto de problemas que exceden el mero espacio de trabajo de los científicos, y nos lleva a interrogarnos acerca de la naturaleza del conocimiento, de su relación con la cultura, de las relaciones entre epistemología y cultura y, sobre todo, del conocimiento como una producción de la sociedad. (11)

Tal y como lo expresa Kreimer podría llevarnos a considerar que en libro de Knorr Cetina nos plante una reflexión epistemológica, es importante, sin embargo, entender que no es así. Se trata de una etnografía que describe y analiza empíricamente cómo se ‘fabrica’ el conocimiento. Desde esta perspectiva, es distinto de la reflexión epistemológica que se interroga por los fundamentos de nuestro conocimiento y no necesariamente por las condiciones empíricas de su producción. Esta diferencia es importante.

3. Las culturas de la ciencia

La ciencia ha sido una institución que, durante mucho tiempo, se consideró autónoma de la sociedad. Lo que un científico descubre no depende de su cultura, tampoco de su género o de sus preferencias políticas, y si estas influyen en sus descubrimiento estos son considerados erróneos por dejar que se produzcan esas interferencias. Esta es la concepción que se mantuvo durante mucho tiempo y que, aún hoy, sigue asentada entre muchas personas. Se reconoce que la sociedad influye en los científicos pues estos deben conseguir financiación, relacionarse con las instituciones políticas y están sometidos a presiones diversas, pero la actividad de la ciencia es algo considerado al margen de la sociedad, cuando un científico entra en su laboratorio y se pone a trabajar opera según principios de racionalidad, siguiendo un método científico y guiado por la lógica: el quehacer científico queda fuera de las interferencias sociales. Este era el planteamiento que se había mantenido hasta finales del siglo XX, una concepción que aún se encuentra muy extendida. Esto es lo que significa que se considere que la ciencia es autónoma de la sociedad. Los estudios de laboratorio demostrarán que esa concepción es errónea.

El trabajo de la socióloga Knorr Cetina será especialmente relevante dentro de los estudios de laboratorio a través de dos obras basadas en sendas etnografías realizadas en centros científicos, estás son (1981) ‘The Manufacture of Knowledge. An Essay on the Constructivist and Contextual Nature of Science’ knowledge’ y (1995) ‘Epistemic culture. How the Science Make Knowledge’.  La primera es una etnografía realizada en la segunda mitad de los setenta, durante un año, en un gran centro de investigación de la Universidad de Berkeley en California. La autora investigará cuatro laboratorios dedicados a la investigación sobre proteínas. Knorr Cetina nos muestra que los científicos se mueven por diversas lógicas, no operan simplemente movidos por un afán de notoriedad (como en algún momento ha planteado Bourdieu) ni siguen simplemente un método científico de razonamiento, los científicos se comportan como personas que se apasionan por sus preguntas, calculadores estratégicos, bricoleurs prácticos… Como señala Pablo Kreimer: “Dicho de otro modo, el científico es un sujeto social cuyos razonamientos y prácticas no se diferencian de un modo sustantivo de otros razonamientos y prácticas sociales” (Kreimer, 2005: 38).

La segunda obra es una etnografía desarrollada en colaboración con otro colega (XXX) en dos centros de investigación, esta no se centra en cómo se construye el conocimiento sino en cómo se construye la maquinaria a través de la cual la ciencia produce conocimiento (epistemic machinerie). Esta es un aspecto central de la actividad científica y, cuando Knorr Cetina presta atención a la maquinaria y a la relación que los científicos establecen con ella (desde cómo la usan a cómo la conciben) la ciencia aparece como fragmentada: una diversidad de culturas epistémicas.

La etnografía de Knorr Cetina analiza en dos colectivos diferentes de científicos, uno dedicado a la física de partículas y otro dedicado a la biología molecular, dos áreas en la vanguardia científica a finales del siglo XX, cuando se realiza la etnografía. Su análisis muestra enormes diferencias entre unos y otros, tanto en el tipo de instrumentos y maquinaria que utilizan como en la relación que establecen con ellas. La física de altas energías, que trata de comprender los componentes básicos del universo, se funda en grandes maquinarias (aceleradores de partículas como el de la fotografía), es una empresa que requiere la colaboración internacional de cientos de científicos que participan en la construcción de grandes infraestructuras tecnológicas. Knorr Cetina nos propone que pensemos en la física de alta energía a través de la construcción de grandes “super-organismos” que están constituidos por cientos de científicos trabajando en grandes infraestructuras en las que comparten un “régimen comunitario”. El gran acelerador de partículas del CERN, en Ginebra, donde trabajan miles de científicos sería el ejemplo paradigmático (y uno de los sitios donde realiza su etnografía). En ocasiones los experimentos ocurren en Ginebra pero los científicos que los analizan se encuentran diseminados por todo el mundo. El trabajo de estos científicos trasciende nuestra escala humana del espacio y el tiempo (tanto en su organización como en su trabajo) y opera casi más allá de lo empírico, analizando signos que dejan las trazas de partículas, imágenes que parecieran trazos artísticos y que son tratadas mediante análisis semiológico (como la foto que muestra las trazas en una cámara de búrbujas).

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Acelerador de partículas Large Hadron Collider, CERN, Ginebra (CERN).

Frente a estos físicos, cuando Knorr Cetina analiza a los biólogos moleculares se encuentra algo completamente distinto. Si en el primer caso tenemos a cientos de científicos trabajando conjuntamente sobre el mismo experimento diseminados por todo el mundo y alejados de sus objetos experimentales, en el caso de los biólogos ocurre todo lo contrario. Su actividad es altamente individual,  sus experimentos se realizan en pequeños laboratorios, experimentos de mesa que tratan con cuerpos biológicos. Imaginaos el cuerpo de una bióloga inclinado sobre un compuesto sobre el cual realiza un cuidadoso procedimiento. Estamos ante una ciencia altamente experiencial en este caso. Mientras los científicos de partículas operan en un mundo donde lo empírico se reduce a simulaciones y signos, en el caso de la biología molecular tenemos una actividad corporal intensamente encarnada. Mientras que la física de altas energías convierte grandes maquinarias en super-organismos, la biología molecular intenta convertir pequeños organismos en maquinarias.

Esas diferencias que evidencian una enorme diversidad técnica (distintos tipos de instrumentos), sociales (distintas formas de trabajar y organizar el trabajo), simbólicas (distinta manera de concebir la relación con las maquinarias) no pueden ser explicadas recurriendo a los conceptos que se han utilizado tradicionalmente para hablar de la ciencia. Hasta entonces la ciencia había sido concebida como una institución (una institución única), como comunidades científicas, colegios invisibles, disciplinas, especialidades… todos esos conceptos son insuficientes para explicar la actividad cotidiana de la ciencia en el laboratorio y la fragmentación que esta evidencia, no son capaces de dar cuenta de la densa textura de las prácticas de producción de conocimiento que tienen lugar dentro de las instituciones científicas. Knorr Cetina nos propone que pensemos en términos de lo que designa como culturas epistémicas que son culturas dedicadas a producir y custodiar el conocimiento de nuestras sociedades, son las culturas que establecen “cómo conocemos lo que conocemos”. La cultura epistémica es para Knorr-Cetina:

those amalgams of arrangements and mechanisms-bonded through affinity, necessity, and historical coincidence-which, in a given field, make up how we know what we know. Epistemic cultures are cultures that create and warrant knowledge, and the premier knowledge institution throughout the world is, still, science. (1999: 1)

Knorr Cetina se centra en el laboratorio y los experimentos como unidades centrales de su análisis. A través de ellos evidencia la relevancia que tienen las infraestructuras materiales en la producción de conocimiento científico, eso que ella llama la ‘maquinaria epistémica’ de la ciencia, a ello me refiero más adelante.

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Trazas dejadas por las interacciones de partículas en una cámara de burbujas.

La cultura no cultural

Otra autora que hará uso del concepto noción de cultura para referirse a la actividad científica será la antropóloga Sharon Traweek que, al igual que Knorr Cetina, publicará también una etnografía sobre físicos de partículas en 1985: ‘Bean Times and Life Times: the World of Particle Physics’. Uno de los elementos que Traweek estudia es la localización del poder en los laboratorios y de qué manera el espacio físico del laboratorio codifica el poder y lo facilita, la autora se interesa también por las diferencias de género y los estereotipos masculinos.

Traweek describe dos formas de entender la cultura de las comunidades que investiga, aunque su aproximación se centra en la cultura de la física de partículas la antropóloga descubre en su etnografía de las comunidades de científicos en EE UU y Japón que existen diferencias sustantivas entre ellas. Unas y otras se distinguen en sus concepciones sobre el tiempo, el espacio, la materia, las personas, así como por las formas organizacionales. Explica cómo interaccionan distintas concepciones de tiempo (el tiempo de los eventos físicos, de los reactores y de las trayectorias de los científicos). La cultura de la física de partículas es distinta, concluye, en EE UU y Japón. Traweek nos dirá que consideramos que la ciencia es institución única porque se nos presenta como una cultura no cultural: una cultura que, gracias a su condición universal está más allá de lo cultural.

4. La maquinaria epistémica

Nuestra imagen habitual de un laboratorio piensa en ellos habitualmente como espacios de orden y control, donde toda la actividad está gobernada por normas claras y precisas y donde la práctica de los científicos y científicas sigue un método calculado. Latour y Woolgar nos ofrecen una imagen muy distinta de la actividad científica, el laboratorio se nos aparece como un espacio muy particular, ciertamente, un lugar con una precisa distribución espacial, donde hay un reparto claro de actividades, pero es también un lugar donde el desorden es amplio: mesas con artículos acumulados y desparramados, trajín de un lado para otro… la incertidumbre reina en un lugar donde no está claro cuál será el resultado de los ensayos que se realicen. No todo es un diseño racional, metódico, fino y pulcro. Hay apaños constantes, peleas para que las cosas funcionen… constantemente los aparatos fallan, las manipulaciones no funcionan, los materiales y sustancias no se comportan adecuadamente… Ian Hacking plantea que, en general, los experimentos no funcionan muy a menudo.

Estas descripciones ponen en evidencia el supuesto método científico, esa simplificación extrema que plantea la producción de conocimiento como una actividad basada en la pura razón, una actividad que es desencarnada, desmaterializada y sin espacialidad. Como si fuera el puro producto de la razón, las etnografías de Karin Knorr Cetina y la de Bruno Latour y Steve Woolgar nos muestran todo lo contrario. El laboratorio es un sitio singular donde hay constantemente un trabajo de manipulación con materiales: instrumentos que ajustar, sustratos que preparar, gráficas que analizar…. El laboratorio se nos aparece en los trabajos de estos autores, por contra, como un espacio desordenado. Karin Knorr Cetina habla de cacharrear y trastear (tinkering): los científicos cacharrean con sus materiales, no todo está completamente diseñado y funciona a la perfección y por ello han de improvisar constantemente. En términos similares Latour y Woolgar hablan de bricolaje que tiene lugar en el laboratorio.

Frente a la idea de que los laboratorios están en el negocio de representar la naturaleza, autores como Ian Hacking nos dicen que los laboratorios se dedican a intervenir en ella.  Si consideramos la práctica del experimento, veremos que esta no consiste en observar la naturaleza sino más bien en ‘torturarla’ (en su sentido metafórico, aunque en muchas ocasiones también literal). Los experimentos llevan hasta el extremo las condiciones del mundo: calientan los compuestos químicos a altas temperaturas, someten a los materiales a enormes presiones, enrarecen la atmósfera de un volumen para producir vacío… Nada hay menos ‘natural’ que la naturaleza que encontramos en un experimento.

Un elemento central de la actividad dentro del laboratorio son las infraestructuras materiales: instrumentos, tecnologías, maquinarias… los trabajos etnográficos nos muestran que la ciencia no puede comprenderse sin atender a la forma como los científicos y científicas se relacionan con lo que Knorr Cetina llama su ‘maquinaria epistémica’. El conocimiento se produce gracias a esas infraestructuras materiales a través de las cuales se construyen los hechos naturales, estas son tan importantes que el libro de Knorr Cetina ‘Epistemic cultures’ está dedicado justamente a ellas, así lo expresa la autora: “I am interested not in the construction of knowledge but in the construction of the machineries of knowledge construction” (1999: 3).

Cuando Knorr Cetina compara la maquinaria epistémica de la física de partículas y la biología molecular descubre que son muy distintas. No es solo que los instrumentos y tecnologías que se usan en cada uno de esos laboratorios sean diferentes, también lo son sus aproximaciones empíricas, las construcciones de su referentes, la ontologías de los instrumentos y sus ‘maquinarias sociales’. Lo que descubre es que si prestamos atención la dimensión infraestructural de la ciencia (la maquinaria epistémica) esta se nos aparece tremendamente fragmentada, distintas culturas manejan maquinarias epistémicas radicalmente diferentes:

machinery-reveals the fragmentation of contemporary science; it displays different architectures of empirical approaches, specific constructions of the referent, particular ontologies of instruments, and different social machines. In other words, it brings out the diversity of epistemic cultures. This disunifies the sciences (1999: 3)

Inscripciones

La etnografía de Latour y Woolgar también presta atención a la tecnología del laboratorio y de manera concreta a un aspecto de ella, lo que designan como la producción de inscripciones. Los autores nos muestran cómo lo que ocurre dentro de un laboratorio es el paso del caos a la certeza, así lo formulan ellos mismos al plantearse la pregunta: “de qué manera se construye el orden científico a partir del caos”. La actividad dentro del laboratorio se mueve desde una situación en la cual no sabemos lo que está ocurriendo hasta otra en la que podemos afirmar con certeza cosas como: “la sustancia TRF tiene estas propiedades”, cuando esto último ocurre decimos que los científicos han descubierto una nueva sustancia: la TRF. Pero ese es un relato retrospectivo, que se sostiene porque se ha borrado el largo proceso que lleva hasta hacer que esa enunciado (“la sustancia TRF tiene estas propiedades”) resulte incontrovertible. La etnografía de los autores nos muestra, justamente, todo ese proceso y lo hacen destacando la importancia de las prácticas materiales dentro del laboratorio y de manera específica se refieren a dos actividades: (i) la producción de inscripciones a través del instrumental del laboratorio y (ii) la escritura científica.

El laboratorio que estudian, como cualquier otro, está lleno de dispositivos que producen todo tipo de gráficas, registros, mediciones… Eso que ellos llaman inscripciones, así es como las definen: “un instrumento de inscripción es un elemento del aparato una configuración de esos elementos que puede transformar una sustancia material en una figura o diagrama directamente utilizable” (Latour y Woolgar, 195: XXX). Esa actividad es tan importante que  les lleva a formular la idea de que “el laboratorio comienza a tener la forma de un sistema de inscripción gráfica” (1995: 63). En áreas de investigación punta, los laboratorios no se dedican simplemente a comprar tal o cual instrumento estándar, muy a menudo la tarea científica requiere construir los propios aparatos, dispositivos de inscripción que están siempre basados en teorías, así que los aparatos del laboratorio son la materialización de las teorías.

El libro da cuenta de cómo el área de la neuroendocrionología incorpora progresivamente tecnologías e instrumentación procedente de otras áreas de la ciencia lo que evidencia cómo el laboratorio se basa en las teorías de otros dominios y en una acumulación de conocimiento que toma forma y se expresa en aparatos. Un laboratorio se apoya, a menudo, en otras áreas de la ciencia lo que nos permite entender el proceso científico como basado en un proceso de acumulación progresiva de aliados.  Latour y Woolgar, al igual que Knorr Cetina, nos muestran la importancia de los instrumentos porque con cada instrumento los científicos fortalecen sus argumentos y seducen al lector cuando le muestran, por ejemplo, una gráfica concluyente o una imagen incontrovertible. Cada inscripción producida, creada por un instrumento, tiene detrás todo el apoyo procedente de otras áreas de la ciencia sobre el que se apoya la construcción de los hechos mediante la escritura científica, como describo en la siguiente sección.

5. La construcción de hechos científicos

La concepción heredada de la ciencia establece que lo que los científicos hacen es descubrir los hechos naturales. Así lo expresamos cuando decimos que el ADN fue observado en 1953 por James Watson, Francis Crick, Maurice Wilkins and Rosalind Franklin o cuando decimos que Louis Pasteur descubrió los gérmenes en el siglo XIX o que Jocelyn Bell fue la descubridora del primer pulsar (estrella pulsante) en 1967. El ADN, los gérmenes o el púlsar estaban ahí y cada uno de esos científicos y científicas se las ingenió con mucho esfuerzo para descubrirlos. Bruno Latour y Steve Woolgar nos dirán algo distinto: los hechos naturales no se descubren sino que se construyen, así lo propondrán en su monografía etnográfica ‘La vida en el laboratorio. La construcción de los hechos científicos’. Su libro da cuenta de una etnografía realizada durante dos años (entre XX y XX) por Bruno Latour en el Salk Institute en California, centro de investigación dedicado al área naciente de la neuroendocrinología. El instituto será uno de los dos centros que tomen parte en el alumbramiento de una nueva sustancia llamada TRF. El objetivo que los autores se plantean en el texto es doble:

¿Cómo se construyen los hechos en el laboratorio y cómo puede dar cuenta un sociólogo de esa construcción? ¿Cuáles son las diferencias, si es que las hay, entre la construcción de los hechos y la construcción de las explicaciones? (1995: 50)

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El Salk Institute en California, diseñado por el famoso arquitecto Louis Kant. Esto podría ser un buen pretexto para abordar la ordenación espacial de la ciencia y las arquitecturas de la ciencia. La historia de la ciencia está indisociablemente ligada a la construcción de unas arquitecturas muy particulares: la de sus laboratorios.

Pero es importante comprender qué significa que los hechos de la naturaleza “se construyen” en lugar de asumir que “se descubren”. Detengámonos a considerar la diferencia entre ambos enunciados. ¿Qué significa, por ejemplo, que el ADN ha sido ‘construido’ en un laboratorio?, que el virus VIH ha sido ‘construido’ por científicos o que el Bing Bang que dio origen al universo (según la cosmología de la física) ha sido construido por los físicos de partículas. Todos ellos son hechos de la naturaleza sólidos e incontrovertibles. Si alguien ponen en cuestión que el VIH es el causante del sida o si alguien niega la existencia del ADN pocos les tomarán en serio. Ni Latour ni Woolgar negarían esos hechos y tampoco los pondrían en cuestión, para ellos, decir que los hechos son construidos no pretende negarles credibilidad y tampoco significa que no sean reales. Cuando dicen que un hecho es construido subvierten la concepción establecida según la cual los hechos simplemente se encontraban ahí, esperando a ser descubiertos, en su lugar nos muestran que eso que llamamos hechos naturales dependen siempre de un entramado complejo de infraestructuras materiales, instituciones científicas, tecnologías de escritura, normas de discusión… A través de ese ensamblaje heterogéneo construimos eso que llamamos naturaleza y, al mismo tiempo, eso que llamamos sociedad. Su etnografía es un viaje donde nos detallan empíricamente cómo se construyen los hechos en los laboratorios para ser incontrovertibles, en ese proceso subvierten buena parte de las concepciones establecidas de la ciencia.

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Jocelyn Bell Burnell junto al radiotelescopio que construyó.

Escritura y modulaciones

El epígrafe anterior he descrito cómo Latour y Woolgar describen el laboratorio como una gran maquinaria de inscripción, un sistema que produce datos e información manejable a través de la cual es posible elaborar argumentaciones y, siguiendo la tesis del libro, construir los hechos naturales. Pero sabemos que los científicos y científicas, además de utilizar instrumentos, escriben también mucho: el objeto final que se produce en un laboratorio tiene la forma de un paper. Así es como se expresa el conocimiento de la ciencia: artículos especializados, papers que son un conocimiento estandarizado, formulado en un formato de representación convencional. El trabajo atento de Latour y Woolgar a la actividad de la escritura nos muestra que cuando los científicos comienzan a escribir para ‘describir’ un hecho lo hacen siempre de manera tentativa al principio. Comienzan de forma especulativa: “en las condiciones X el compuesto Y produce el resultado esperado Z”, a medida que los experimentos progresan estos enunciados tentativos van siendo cada vez más sólidos, apoyándose para ello en gráficas, imágenes, registros… todo tipo de inscripciones que se producen en el laboratorio. Latour y Woolgar describen ese proceso como una progresiva modulación de los enunciados en la cual van desapareciendo progresivamente los elementos condicionantes (si se da esta circunstancia, parece que….) para convertirse en un enunciado factual.

Descrito de esta manera el laboratorio constituye una máquina de inscripción que pretende convertir enunciados especulativos en enunciados comprobados que dan cuenta de hechos. Para hacer que los enunciados escalen desde el nivel de especulación al hecho los nuevos enunciados se apoyan en inscripciones o en otros documentos externos: “puede entender el trabajo del laboratorio en términos de generación continua de diversos documentos, utilizados para transformar tipos de enunciados y aumentar o disminuir su estatus de facticidad” (169). Lo que encontramos al final cuando se “demuestra” un hecho es que se han borrado todo el trabajo previo de producción de inscripciones, la presencia de la materialidad y el largo proceso que lleva desde las inscripciones iniciales hasta el hecho final.

La construcción de los hechos, por lo tanto, es un trabajo heterogéneo que comporta el uso de tecnologías diversas, estilos de escritura, teorías… un trabajo en el cual se pasa desde el caos al orden en un proceso progresivo donde se va borrando el rastro del esfuerzo que se ha realizado previamente. Cuando nos encontramos ante “el hecho natural”, un enunciado del tipo: “la TRF está compuesta por tales compuestos”, estamos por lo tanto ante un efecto producido por las prácticas de inscripción y las formas de representación distintivas de la ciencia, así lo describen Latour y Woolgar:

No se trata sólo de que los fenómenos dependen de ciertos instrumentos materiales, sino que el escenario material del laboratorio constituye completamente los fenómenos. La realidad artificial, que los participantes describen en término de una entidad objetiva, ha sido de hecho construida utilizando instrumentos de inscripción. (1995: 77)

La perspectiva de Bruno Latour (lo mismo que la Knorr Cetina) de puede describirse como un enfoque constructivista, muy distinto de otras aproximaciones ontológicas como el realismo. Si para el último la realidad es algo existente al margen de quien la conoce, para los constructivistas como Latour la realidad es siempre un efecto relacional, esto significa que quien conoce y el objeto conocido se co-construyen mutuamente en la relación que establecen. Este será uno de los elementos fundamentales de la Teoría del Actor-Red, desarrollada por Latour y otros autores como John Law, Michel Callon o Annemarie Mol desde la década de los ochenta.

[1] Ver el trabajo de Pablo Kreimer. Estudio preliminar. El conocimiento se fabrica. ¿Cuándo? ¿Dónde? Cómo? En Knorr Cetina, K. 2005. La fabricación del conocimiento. Un ensayo sobre el carácter constructivista y contextual de la ciencia. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, pp. 11-43.


Cómo citar este documento:

Adolfo Estalella. 2020. ‘Culturas epistémicas y la antropología de la ciencia. La construcción de los hechos científicos’. Open#doc. En URL: http://estalella.eu/open-doc/culturas-epistemicas


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