Por favor, ¡pirateen mis apuntes!

Recuerdo un breve artículo que hace casi dos décadas tuvo su momento de gloria, se titulaba: Por favor, ¡pirateen mis canciones! Lo firmaba quien entonces era un joven periodista y músico (hoy director de diario) Ignacio Escolar. Eran los prolegómenos de la Internet que conocemos ahora. La música corría libremente a través de redes p2p de intercambio mientras las grandes discográficas hacían batalla contra los usuarios: aquello era el epítome de la guerra del copyright.

Dos décadas después seguimos con similares batallas estériles, aunque en esta ocasión lo que está en juego son los apuntes del profesorado universitario. Y, al igual que entonces, yo me encomiendo hoy al pirateo también:

Por favor, ¡pirateen mis apuntes!

La frase es, en realidad, un mero titular sensacionalista. Ni es necesario (ni posible) piratear mis apuntes porque tienen una licencia libre que autoriza que sean copiados, distribuidos e incluso modificados libremente. Para ser más preciso diría entonces:

Por favor, copien y difundan mis apuntes.

A fin de cuentas, el mío es un oficio de conocimiento: me dedico a aprender y a enseñar y, mi mayor logro y aspiración es que mis conocimientos y aprendizajes circulen tanto como sea posible. ¿Qué académico podría oponerse a eso? Pues los hay.

Siempre me han sorprendido los colegas que no comparten sus apuntes de clase e incluso ¡las meras diapositivas! Hay muchos otras que lo hacen libremente, pero aún persiste muy extendido ese celo que, en muchas ocasiones, se expresa en la idea: es mi trabajo no lo voy a compartir.

Francamente, me resulta difícil de comprender pues, a fin de cuentas, eso que llamamos ‘apuntes de clase’ son un recurso de aprendizaje excepcional, que alguien dedicado a la docencia decida no compartirlos resulta contradictorio. Las excusas que he escuchado a mis compañeros son múltiples, me resultan peregrinas y no las comparto (y solo excepcionalmente puede ocurrir que tenga sentido no compartir los apuntes).

Desde que comenzó la pandemia me he dedicado a revisar los apuntes que comencé a elaborar hace tres años, cuando comencé mi trabajo en el Departamento de Antropología Social y Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid (aquí varios ejemplos). Tenía unos borradores groseros que me servían como hilo argumental para las clases, pero aquellos esbozos se han convertido en textos más o menos cuidados que he distribuido a los estudiantes antes de las clases. En cada uno de los documentos he introducido un pequeño texto al final que dice lo siguiente:

Licencia Creative Commons de tipo Reconocimiento-Compartir Igual 4.0
Más en: https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.es_ES

Este documento puede ser copiado y redistribuido en cualquier medio o formato, puede ser remezclado, transformado y utilizado para crear otras obras, incluso con finalidad comercial. Para ello es necesario reconocer adecuadamente la autoría, proporcionar un enlace a la licencia e indicar si se han realizado cambios. Si remezcla, transforma o crea a partir del material, deberá difundir sus contribuciones bajo la misma licencia que el original.

Así que desde hace más de un año entrego mis apuntes con esas condiciones legales a mis estudiantes. Algunos de ellos los he publicado expresamente en mi web y me he embarcado en crear contenido estructurado en abierto (a partir de esos apuntes) no solo para mis estudiantes sino para cualquiera que pudiera tener interés en ellos. Un ejemplo es esta web (AnMo) dedicada a las antropologías multimodales.

Mis apuntes son Open Access (de acceso abierto), podemos decir que son AAA: Apuntes de Acceso Abierto o 3A. Hay mil y una razones para publicar los apuntes, desde pedagógicas a políticas, desde éticas a institucionales.

  • Pedagógicas. Publicar los apuntes libera a los estudiantes de la carga de la escritura en clase, les permite ‘estar’ de una forma diferente en el aula mientras que al profesorado le permite explorar metodologías distintas a la tradicional educación bancaria (como Paulo Freire la describía) que (desgraciadamente) seguimos practicando tan a menudo en la universidad.
  • Políticas. Investigadores y profesoras somos conscientes de las perversiones de las leyes de propiedad intelectual. La nuestra es una comunidad dedicada a la producción de conocimiento, el uso perverso de las leyes de propiedad intelectual se ha convertido en uno de los mayores impedimentos para la circulación del conocimiento que producimos. El valor del movimiento Open Access es incontrovertible, es hora de liberar no solo nuestros artículos sino nuestros apuntes también.
  • Éticas. Me resulta imposible resistirme a compartir mis apuntes con mis estudiantes si estos están elaborados y son la base de mis clases: ¿cómo no compartirlos si pueden contribuir a su aprendizaje? Hay un sentimiento de obligación moral que me resulta ineludible. Más aún, no dejo de pensar si acaso pueden resultar de interés y utilidad para terceros más allá de mi aula, ¿por qué no dar acceso a ellos?
  • Institucionales. Las universidades son cada vez menos edificios en los que se aprende y son cada vez más fuentes de aprendizajes. Lo que va a dotar de valor a las universidades en el futuro serán sus infraestructuras de aprendizaje y lo que circula por ellas. Las antiguas iniciativas como el Open courseware del MIT, la proliferación de cursos MOOCs evidencia la necesidad de cambiar de mentalidad. Abrir los apuntes es abrazar una universidad abierta para todas.

El asunto de los apuntes cobra especial relevancia en semanas recientes porque se ha animado la controversia sobre la copia ilícita de estos. Meses atrás, el campus de mi universidad advertía: “Salvo autorización expresa, los materiales disponibles en el Campus Virtual sólo se podrán utilizar por los estudiantes de la UCM para el estudio de la asignatura correspondiente”. Hace pocos días recibíamos un correo del vicerrectorado informando de la preocupación de algunos profesores porque se publiquen en repositorios públicos los apuntes de sus asignaturas. El éxito de la plataforma Wuolah parece ser una de las razones. En ella, los estudiantes suben apuntes y reciben remuneración en función de las descargas que se producen.

La situación tiene matices y aristas diversas, de un lado está la publicación de textos elaborados por el profesorado, esto plantea legalmente una situación diferente a los textos elaborados por estudiantes a partir de las explicaciones del profesorado. La tercera arista se refiere al lucro que puede obtenerse por unos u otros trabajos. He publicado más de medio centenar de textos en los últimos diez años y jamás he recibido remuneración por ellos, pensar que debieran remunerarme por mis apuntes, teniendo en cuenta que son los textos menos elaborados que he producido, me resulta paradójico.

Hay una excepción que me parece de lo más razonable a la publicación de los apuntes: cuando estos no están lo suficientemente elaborados. Uno se persona a través de sus obras, y entiendo perfectamente que en el caso de textos poco elaborados uno decida no compartirlos, pero más allá de esa situación, me cuesta aceptarlo.

El movimiento Open Access ha evidenciado que los sistemas de publicación académicos han sido desnaturalizados por el uso perverso de las leyes de derechos de autor. Escribimos para ser leídos, para que otras aprendan de nosotras, para aprender de nuestros colegas. El movimiento Open Access constituye un proyecto de excepcional relevancia para la academia: liberar el conocimiento académico publicado en revistas y libros es una obligación política y ética, es difícil que un académico niegue ese principio. Eso está en marcha, y aunque quedan incógnitas en el aire, confiemos en que se consolide de forma óptima en un futuro cercano.

El movimiento Open Access nos ha señalado el camino para una academia más justa y comprometida, pero no es suficiente. Toca liberar ahora el conocimiento que circula en eso formato confuso y modesto que son los apuntes de clase. Esto es una obligación moral y política ineludible con quienes tenemos más cerca: nuestros estudiantes.

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