Hace tiempo que he leo cómics y de manera específica ese género difícil de definir que es la novela gráfica. El comienzo estaba completamente alejado de mi profesión como antropólogo, pero en los últimos años una y otra actividad han ido aproximándose. En buena medida, este interés por la novela gráfica es un descubrimiento accidental que sigue la pista de otros antropólogos y antropólogas que desde hace tiempo se han embarcado en la práctica de la ilustración etnográfica y en la reflexión amplia sobre el dibujo como modo de indagación, desde Karina Kuschnir a Tim Ingold, pasando por Joao Santos o Michael Taussig, autores cuyos trabajos gráficos o reflexivos me resultan especialmente valiosos. Son muchos otros lo que están abriendo un amplio debate sobre las posibilidades que el dibujo ofrece no solo como medio de representación sino también como modo de indagación antropológica, sobre eso he escrito más ampliamente en otro lugar.
Son pocas las obras antropológicas elaboradas en el formato de novela gráfica (aunque la serie de la Universidad de Toronto llamada Ethno-Graphic es un proyecto esperanzador), pero son muchas las novelas gráficas donde podemos detectar en su sensibilidad descriptiva y lenguajes narrativos una sensibilidad que resuena con la propia de la antropología. De ellos podemos aprender a pensar en la etnografía no solo desde el interés por el etno sino también desde las sensibilidades múltiples que nos abren diversos modos de ‘grafía’. En este caso, una imaginación literalmente gráfica. Como dice Tim Ingold, hay una posibilidad para esbozar (o redibujar, redrawing) una nueva antropología en estos ejercicios que son literalmente gráficos.
Próximamente dejará caer algunas reseñas de novelas gráficas que me resultan inspiradoras. Lo haré leyéndolas, o más bien mirándolas, desde la antropología. Un antropólogo lee cómics, por lo tanto, es una etiqueta para señalar las notas al vuelo que ciertas novelas gráficas me sugieren. No las juzgo por su calidad dentro del género, tampoco como obras literarias o artísticas, sino por su proximidad descriptiva con las propias de la antropología. Hay pues una mirada parcial (que no tendenciosa) que orienta mi forma de relacionarme con esas obras y escribir sobre ellas.
Leo cómics con asiduidad y no encuentro en todos ellos las mismas resonancias con mis intereses antropológicos. Algunos los leo por puro placer, los leo como cómics o novelas gráficas. Los trabajos de David Rubín o de Bastien Vivés son dos autores a los que leo por placer máximo sin tratar de llevármelos a mi disciplina (aunque podría matizar muchos mis palabras cuando considero, por ejemplo, los ejercicios de reflexividad de Cuaderno de tormentas de David Rubín). Encuentro más sencillo traer y ubicar en los temas de mi interés antropológico los trabajos que tienen como origen la realidad misma y que se atienen a ella en sus descripciones (ya sé que se le pueden dar muchas vueltas a este enunciado). Están entre estos los trabajos autobiográficos, los dedicados a la memoria, la historia, así como un espectro cercano a la crónica que incluye desde el periodismo gráfico de Joe Sacco a las diarios de viaje de Guy Delisle.
De alguna manera mi relación con los cómics (en su sentido amplio) está vinculada a mi trayectoria académica. Comencé a leerlos durante el periodo de escritura de mi tesis doctoral, hace unos 10 años. Los descubrí casualmente, al visitar la biblioteca del Parque de Joan Miró en Barcelona, donde vivía y desde entonces, hasta ahora. Para comenzar con esta serie de reseñas arranco con Delisle.
La obra de Guy Delisle me resulta especialmente relevante por tres motivos. El primero de ellos es la atención al detalle de las vidas de otros. En la tradición de los libros de viajes, una buena parte del trabajo de Delisle da cuenta de la vida en culturas ajenas a la suya. Así lo encontramos en Pyongyang, Shenzhen, Jerusalén o Crónicas Birmanas. Podemos leerlos como libros de viajes o incluso diarios que están atravesados por una sensibilidad etnográfica que es capaz de capturar aspectos significativos de otras culturas. Y tan importante como eso, que es capaz de narrar de manera ligera esos detalles.
Hay un segundo aspecto que me resulta especialmente interesante del trabajo de Delise: los recursos gráficos de los que hace uso son muy limitados. Tanto sus personajes como el contexto están delineados de una manera básica. Esto no significa que no se requiera cierta habilidad (todo lo contrario), pero sí demuestra que cierta austeridad estética no resulta un impedimento para la calidad narrativa. Me recuerda al leerlo a Michael Taussig que en su libro ‘I Swear I Saw it’ evidencia sus limitaciones en el dibujo, lo cual no es impedimento para su uso porque lo que resulta importante, como él mismo dice, no es lo que se representa sino lo que el ejercicio de dibujar te permite ver.
El tercer aspecto se refiere al humor, una fina ironía recorre la mayor parte de la obra de Delisle, una mirada burlona que en ocasiones se torna sobre él mismo. Es la ironía que surge de la extrañeza ante situaciones que lo descolocan. No es una ironía sarcástica que se ensaña con lo ajeno, sino que surge del desconcierto para evidenciar las diferencias de modos de hacer aquí y allá (cualquiera que aquí y allá puedan significar). Si Viveiros de Castros nos habla de la equivocación como fuente de aprendizaje de otras cosmovisiones, Delisle nos propone el desconcierto como lugar para esos aprendizajes que se narran después desde la ironía.
Una de sus últimas obras es Escapar (2017, Astiberri), una descripción del secuestro de un trabajador de la ONG Médicos del Mundo en la exrepública soviética de Ingusetia. Todo lo dicho anteriormente está presente en esta obra, aunque hay en ella una mayor sofisticación gráfica. La historia de Christophe transcurre entre cuatro paredes durante más de tres meses y el libro cuenta cronológicamente, día a día, el transcurso de un tiempo que está suspendido y parece eterno. Es una obra sobre el tedio y la lentitud del tiempo. No recuerdo bien quién decía que hacer etnografía es aprender a aburrirse, pues el trabajo de Delisle es un ensayo sobre el tedio forzoso.
Su virtuosismo está, sin embargo, en la capacidad para narrar algo que no ocurre: el paso del tiempo, el continuo discurrir de una cotidianidad donde no ocurre nada. Esto es algo que a los antropólogos y antropólogas no agita en ocasiones, pero la experiencia enseña que, muy a menudo, esa cotidianidad donde no pasa nada es la esencia de la existencia humana. Delisle nos coloca en una situación donde eso se lleva al extremo y, lo que creo que es especialmente importante, nos enseña a narrarlo.
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Parece mas interesado por la antropólogo-morfología que por el contenido antropológico, en tanto que sometible al estudio, las operaciones, métodos y técnicas, propias de la ciencia etnológica/antropológica [lo cual no hay que confundir con al generalidad de «materiales antropológicos», «antropomorfos» o «antropogénicos» los cuales sencillamente forman parte de lo que G. Bueno llamó “Espacio antropológico”.
Esto es uno de los primeros aspectos que me sorprende de su exposició, lo cual, de igual modo, se percibe en su mas extenso “El dibujo etnográfico” [donde conste, quiero hacer notar, se lamenta la ausencia de la importancia del dibujo anatómico con nombres como el de Bouyrgery & Jacob (hay un par de ed. diferentes en Taschen). Ya ni hablar de Julio Caro Baroja y toda la ristra de trabajos en prehistoria y arqueología; no creo que sea coincidencia la ausencia de todos estos elementos y está intrínsecamente relacionada con la orientación que le da a su abordaje al campo].
Mas bien pensaba que iba a proponer una suerte de metaanálisis, es decir: un análisis antropológicos sobre los usos de los antropólogos del dibujo, y en su defecto en este articulo, un análisis desde la antropología visual (Martin Pérez, 2008), de la imagen (Belting, 2007) o del arte (Lourdes Menedez, 2009).
Esto es lo que yo me propongo hacer en los próximos meses con el manga Oyasumi Punpun (Buenas noches Punpun [Norma cómics]) de Inio Asano.
He leído sus artículos, primero como orientación «a la contra» de la idea de “oralidad” como recurso del trabajo etnográfico (sea para un proyecto de antropología, sociología, psicologia o historia, o política en el caso de la memoria histórica [patrimonialización, al modo de Prats (1997), de la historia]), y a posteriori, como posible fuente para este trabajo que quiero realizar entorno a Punpun. Sin embargo, en esta lectura de «regresus», he visto la distancia entre su abordaje y mi posible abordaje.
No obstante, no considero tramposo su abordaje; es uno de los posibles, el metodológico. Si bien, en esta misma lectura a Delisle parece haberse quedado en la mera “Justificación”.
¿Su abordaje concretament cual es? ¿Existe una continuidad entre eta reseña y las próximas en cuanto al “método”? ¿De dónde emerge su “técnica” de análisis?
De igual modo le quería preguntar dos cosas mas:
– ¿Conoce ud. algun autor que haya realizado una lectura antropológica de materiales japonés? Estaba pensando en que imposible no es para la disciplina, Benedict es famosa por su «etnografia a distancia» la cual ha seguido teniendo continuidad (Robben, 2008) por ya ni entrar de ciertas nociones sobre el espacio “virtual” (y aquí no quiero hacer exclusiva alusión al espacio digital) con ideas como ciberespacio, no-lugares, espacio basura, multisituacionalidad, u otros [cada uno útil desde abordajes diferentes].
– Fuera de este contexto, me preguntava cuándo tiene pensado terminar su “Etnografías de lo virtual”. Lei un borrador suyo de los capítulos 1 y 6, pero más allá de esto es imposible encontrar algo. otra de mis líneas de trabajo este año es la patrimonialización digital que realiza el Museo Nacional del Prado, y su trabajo [parte de este] me resultó muy estimulante, si bien no lo apliqué.
Gracias, un cordial saludo de un estudiante de antropología desde Barcelona.
Aclarar con respecto al anterior comentario: en la primera pregunta sobre trabajos en torno a materiales culturales japoneses, em refiero a que la distancia, o esta suerte de regreso a la “antropología de gabinete” que nos permite la tecnologia y un circuito de distribución a escala global, tiene antecedentes sólidos en antropologia.iAhora al releer el comentario he visto que no estaba bien justificada la relación bibliografia-inv4estigaciónd e materiales culturales-investigación a distancia.
Saludos Artur y gracias por los comentarios. Lo cierto es que la reseña no son más que notas al vuelo publicadas en un blog. Ni es, ni pretende ser, un análisis de la obra que leo (o miro) sino un diálogo con esta. No pretendo ‘analizar’ las novelas gráficas que reseño sino aprender de ellas. No las tomo como objetos de análisis antropológico sino como fuente de aprendizaje antropológico. Me interesa lo que podemos aprender de ellas sobre la experiencia humana y la posibilidad de dar cuenta de esta con otros lenguajes.
En lo que se refiere al texto sobre el dibujo etnográfico, como lo señalo claramente, son ‘apuntes de clase’ y como tales los ofrezco. Están lejos de ser un texto académico, tanto en su escritura como en su argumentación. Son la notas que utilizo para mis estudiantes de 3-4 de antropología en la Complutense, por lo tanto no pueden satisfacer lo que les pides, aunque las referencias que incluyas me resultan estimulantes.
Finalmente, no tengo referencias de autores que hayan trabajado sobre el manga japonés. El dibujo etnográfico está lejos de ser mi tema de investigación. Es un tema que enseño en clase, que ciertamente me interesa, pero sobre el cual no soy en absoluto un especialista.
PS. No llegué a publicar el libro sobre el asunto digital, está guardado en un cajón.
Gracias por su respuesta;
Ciertamente comprendo la dimensión que aborda, como le digo, es perfectamente comprensible. Hace un año que le leo y son interesantes las vueltas que siempre le da a la cuestión metodológica.
Ciertamente no se puede hablar de todo, y menos en unas «notas de/para clase»; aun así le insisto, no pierda ocasión de hablarles de estos asuntos. En Madrid no sé, en la UB esto no se hace (están con las películas como gran descubriendo pedagógico) pero, a diferencia del cine, Ud. plantea un trabajo (el dibujar) que se remonta a siglos lo cual invita al alumno a poder, por el mismo medio (el dibujo), abordar temas en tiempo y espacio muy distantes (como no pensar en estas “Historia natural” del s. XIX, los libros de viajes y tantos otros –que Ud. ya menciona-).
No se preocupe con respecto a las referencias, se irá haciendo vía. No quisiera perder la ocasión para recomendarle que mire “Bellezas malditas. Cómic y ensayos sobre estética lolita y cultura kawai” (Mai y Nguyen, 2019) donde combinando el texto y el comic nos presentan un retrato de la cultura Lolita (en referencia Navokov) y Kawai (“mono” en japonés) en Japón; lo he empezado hoy mismo y se aproxima sus propuestas metodológicas; la autora –con resonancias a Nick Sousanis- dice en la P. 11
“Luego, dediqué varios años a escribir una tesis bastante extensa, a lo largo de cuyo proceso no paraba de pensar «ojala pudiera dibujar este concepto en vez de describirlo mediante palabras».”
Sin lugar a dudas no hay que caer en mitos absurdos de que la nuestra e la “sociedad de la imagen” (como si los analfabetos en la edad media no leyeran las paredes de los monasterios, o como si no dibujaran los niños).
Finalmente, espero que pueda publicarlo en algún memento, se necesita un trabajo de síntesis del campo en español, y los materiales están mas que dispuestos ahí fuera.
Un cordial saludo desde BCN.
Salud para Ud. y los suyos.