El Ayuntamiento de Madrid ha desalojado la Ingobernable, un espacio okupado localizado en el centro de Madrid y que durante dos años y medio ha operado como centro social autogestionado. El desalojo constituye una gran pérdida para el patrimonio cultural de la ciudad. No son tantos los lugares donde podemos experimentar con otras formas de vida colectiva y son limitadas las infraestructuras donde aprender habitar de otra manera distinta la ciudad.
Justo a principio de esta semana di un seminario en la Humboldt Universitat de Berlín donde hablé de la Ingobernable y del máster de comunes urbanos que organizaron hace un año, un evento que reunió y puso en común experiencias de autogestión de España e Italia. El máster evidenciaba los aprendizajes que atraviesan espacios como La Ingobernable y el esfuerzo que se desarrolla en ellos por especular (no en el sentido financiero) con una ciudad distinta.
Del valor que este tipo de espacios tienen para nuestras sociedades da cuenta una amplia literatura académica, desde un gran conocedor del movimiento de okupación madrileño como Miguel Martínez, hasta relatos de la historia de la okupación lavapiesina como el hecho por Jesús Carrillo o Cristina Flescher Fominaya, o recientes historias globales de la okupación, como la escrita por Alexander Vasudevan. Sobre el valor específico que ha tenido el movimiento okupa para repensar los derechos digitales escribía lúcidamente hace poco mi colega Alberto Corsín.
Muy probablemente, una parte mayoritaria de la ciudad (indistintamente de su orientación partidista) aplaudirá la noticia porque la okupación transgrede una institución sagrada en nuestra sociedad: la propiedad. Y es cierto, la ocupación de La Ingobernable era ilegal, pero eso no significa que fuera ilegítima, en términos políticos, o inmoral, desde una perspectiva ética. Sabemos bien que la legalidad no va necesariamente de la mano de la política y la moral. Por ello, antes del juicio rápido sobre la conveniencia de devolver las cosas a su orden habitual (que no virtuoso), conviene considerar brevemente el valor que un espacio así tiene para la ciudad, para ello es apropiado comenzar matizando los modos posibles de okupación.
Hay maneras muy diversas de okupar. La Ingobernable era lo que se denomina un centro social autogestionado, nadie tenía en ella su residencia y nadie pretendía obtener beneficio económico de ese espacio. Hay una larga tradición de centros sociales autogestionados en Madrid que se remonta hasta la década de los ochenta. Esta okupación es diferente de la realizada para vivienda (como, por ejemplo, el programa social de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, otro gran proyecto político). En ocasiones podemos encontrar híbridos donde ambas prácticas se conjugan, centros sociales autogestionados donde se reside también (alguno de los Laboratorios de Lavapiés, otro proyecto excepcional de finales de los noventa, funcionaba de esta manera).
La creación de estos centros está diseñada con esmero y los colectivos valoran cuidadosamente la elección de los inmuebles: no se okupa cualquier edificio. Suelen ser espacios abandonados durante largos años, vacíos urbanos donde la ciudad ha sido evacuada y se abre la posibilidad de imaginarla de nuevo a través de la okupación. Lo más importante es que este modo de okupación no tiene nada que ver con la usurpación de edificios realizada por mafias organizadas que después los alquilan, normalmente a personas o familias vulnerables. Cuando algunos partidos como Ciudadanos han tratado de mezclar una y otra simplemente están forzando la realidad. Una okupación y la otra (usurpación) se parecen entre sí como una bomba agua y una bomba de neutrones.
La Ingobernable era un sitio abierto a la organización de todo tipo de actividades: desde ciclos de cine a presentaciones de libros, desde clases de yoga a debates políticos y espacios de aprendizaje como el máster señalado… Este es un aspecto singular y distintivo de este tipo de proyectos: tienen una vocación de apertura y experimentación. Se trata de probar a vivir de otra manera, relacionarse con la ciudad en términos distintos y explorar otras formas de vida conjunta. Cierto que no todo el mundo se siente cómodo, interpelado o interesado, pero lo mismo ocurre con la ópera o la danza clásica, y eso no resta valor ni a esas actividades ni a las infraestructuras que las acogen.
El problema es que la okupación transgrede esa sacrosanta institución que es la propiedad. Un aspecto que pone en cuestión uno de los pilares fundamentales sobre los que se construyen nuestras sociedades, pero también uno de los valores precisamente de La Ingobernable y espacios similares: exploran la posibilidad de especular con otras relaciones de propiedad, que no son públicas ni privadas, sino una cosa distinta que recibe a menudo el nombre de común o procomún. Pero, ¿por qué es importante experimentar con la propiedad?
Nuestras democracias liberales se fundan en la propiedad privada, uno de los pilares fundamentales junto con el estado de derecho y los mercados libres. El ciudadano, ese sujeto con derechos políticos sobre el que se articulan nuestro régimen político es también un sujeto posesivo para el régimen liberal pues la capacidad de poseer es la fuente de su autonomía frente al Estado. Si la propiedad privada le concede la autonomía, las instituciones públicas le ofrecen la posibilidad de formación en un mundo en el que tiene que hacerse cargo de asuntos progresivamente más complejo.
Desde las bibliotecas públicas a las escuelas públicas, encontramos toda una serie de infraestructuras que son diseñadas durante el siglo XIX para que los habitantes de la ciudad (ciudadanos) puedan desarrollar su capacidad crítica. Una sociedad que no está compuesta ya de siervos sino de sujetos con derechos políticos requiere que se formen para poder desarrollar su participación en los asuntos públicos y esa es la función que cumplen las infraestructuras públicas (escuelas, bibliotecas, etc.).
Pero el mundo ha cambiado, es aún más complejo que antes y las infraestructuras que conocíamos (públicas y privadas) ya no resultan suficientes. No nos vale con las instituciones públicas gestionadas por el Estado y todo apunta a que necesitamos otro tipo de infraestructuras que nos permitan afrontar la complejidad creciente de nuestros mundos urbanos.
El Patio Maravillas, centro social emblemático estrechamente conectado a La Ingobernable, se describía a sí mismo de una forma hermosa: como una infraestructura del común. Era una forma de decir que el edificio era para todos, pero de una manera distinta a como lo son los recursos y dotaciones públicas. Una infraestructura del común que sirve no para hacer los asuntos públicos, sino para hacerlos en común. Una infraestructura distinta para hacer política de manera diferente. Esto es precisamente lo que caracteriza a toda una serie de centros que han operado en Madrid durante la última década, desde la Red de Huertos Urbanos Comunitarios (RedhMad), El Campo de Cebada, el EKO, el EVA, El Patio, la Ingobernable… y tantos otros.
Pero explorar otro tipo de infraestructuras pasa también por especular con otras formas de propiedad. Ir más allá de la dicotomía insuficiente de lo público y lo privado. Esta especulación nada tiene que ver con la actividad financiera que depreda nuestras ciudades. Aquí la especulación es un ejercicio que cultiva los posibles, una actividad movida por la esperanza de otra ciudad distinta con otras propiedades diferentes: otras cualidades urbanas, pero también otras formas de posesión. Como decía un rap (Pelea Villana) que escribí hace poco: “resistamos los diagnósticos infalibles, cultivando con esfuerzo futuros imposibles, especulemos hermanas todas juntas, con otra ciudad mucho más justa”. Ese es, precisamente, el valor de La Ingobernable.
ILUSTRACIÓN: Enrique Flores.